Desde la perspectiva de la inteligencia emocional y la psicología positiva ¿Cómo controlar la impulsividad?
Diletta Rossi (Psicólog@)
12 mayo, 2025
La impulsividad es una característica natural de las personas, pero cuando se vuelve desproporcionada o descontrolada puede perjudicar la salud emocional y las relaciones personales.
Desde la psicología, y en particular desde enfoques como la inteligencia emocional y la psicología positiva, es posible comprender y gestionar mejor la impulsividad.
Ésta es la tendencia a reaccionar de forma precipitada o no meditada ante una situación externa, sin pensar en las consecuencias a largo plazo. Es la puesta en marcha de conductas que son “impulsadas” por la emoción que sentimos en ese momento. Esto ocasiona una baja percepción del control de impulsos y en muchas ocasiones sentimiento de culpa y de arrepentimiento (solemos decir frase del tipo “he vuelto a precipitarme”, “no debería haber dicho esto”, “por qué lo compré si no lo necesito”).
Aunque en ciertos contextos puede tener un valor adaptativo (por ejemplo, en situaciones de emergencia), la impulsividad desregulada suele estar asociada a dificultades en el autocontrol, a conflictos interpersonales y a niveles elevados de estrés y ansiedad.
En situaciones de crisis, la impulsividad puede llevar a fomentar la creatividad y abrir la puerta a soluciones novedosas lo que a veces resuelve la situación.
Sin embargo, si la impulsividad se mantiene sin control durante toda la crisis, no es funcional y puede empeorar la situación, puesto que se tomarían decisiones sin evaluar consecuencias posteriores.
Desde la perspectiva de la inteligencia emocional, controlar la impulsividad implica desarrollar habilidades que nos permitan reconocer, comprender y gestionar nuestras emociones antes de que estas nos lleven a actuar de manera precipitada. En resumen, a ser conscientes de nuestras emociones y a autorregularlas.
Desde el enfoque de la psicología positiva, controlar la impulsividad no consiste en reprimir la emoción, sino en poner el foco en nuestras fortalezas personales y potenciar las emociones positivas, que fomenten una autorregulación y un mayor bienestar emocional.
Algunas fortalezas relacionadas con la impulsividad son las siguientes:
El conocimiento emocional. Consiste en identificar las emociones y darles un significado, es decir saber para qué sirven, y hacia donde nos dirigen. Cuando una persona es impulsiva, a menudo no es consciente de lo que está sintiendo hasta después de haber actuado.
El manejo emocional. Consiste en conocer técnicas de regulación emocional, es decir tener la capacidad de reconocer, comprender y gestionar las emociones.
La autorregulación implica la capacidad de manejar emociones intensas sin evitarlas, pero canalizándolas de manera constructiva. Por ejemplo, ante una crítica, una persona con baja autorregulación puede estallar en ira, mientras que alguien con inteligencia emocional puede reconocer la emoción y gestionarla de una forma adecuada.
La valentía. Consiste en superar con facilidad el miedo que se siente al afrontar situaciones complicadas y/o desconocidas. Cuando una persona usa en exceso esta fortaleza, puede no tener en cuenta los riesgos y pasar a la acción de forma impulsiva.
El análisis. Se define como tomar un tiempo para pensar y examinar la situación, para después tomar una decisión. Si se usa poco esta fortaleza, se tiende a actuar sin pensar y por tanto como consecuencia se pueden tomar decisiones equivocadas.
Las personas impulsivas actúan antes de pensar, son poco reflexivas y toman decisiones precipitadas sin realizar una valoración coste-beneficio.
La honestidad. Consiste en expresar con claridad, franqueza y sinceridad las opiniones. Cuando hay un uso excesivo de esta fortaleza, se pueden decir las cosas sin filtros y de manera impulsiva, ocasionando un daño en los demás.
¿Cómo gestionar la impulsividad?
No podemos controlar la impulsividad, pero si aprender a gestionarla. Algunas acciones que pueden aumentar la gestión de la impulsividad y favorecer así la regulación emocional son las siguientes:
- Pensar en qué situaciones se pierde el control y salir de ellas.
- Identificar la emoción que se experimenta (a nivel cognitivo y fisiológico, es decir qué pensamos y dónde la sentimos en el cuerpo).
- Aceptar las emociones menos agradables. De hecho, son la expresión de nuestro propio sistema de alerta o de defensa, por lo que cumplen una función adaptativa.
- Contar hasta 10: pararse unos segundos antes de actuar.
- Respirar de manera consciente: la respiración abdominal o diafragmática puede ayudar a gestionar los impulsos y a demorar las acciones.
- Cultivar el conocimiento emocional: ser capaces de reconocer nuestras emociones en el momento en que surgen y anticipar reacciones desproporcionadas.
- Utilizar técnicas como el mindfulness (atención plena). La práctica regular del mindfulness enseña a observar pensamientos y emociones sin juzgarlos ni actuar inmediatamente sobre ellos, lo que reduce la tendencia a reaccionar impulsivamente.
¿Cómo gestionar las emociones desde el enfoque de la psicología positiva?
- Practicando la gratitud y la empatía. La gratitud es una fortaleza que nos permite reconocer lo que los demás hacen por nosotr@s y agradecer lo que tenemos. Cuando se cultiva una mirada apreciativa hacia la vida y hacia los demás, se reduce la necesidad de reaccionar con agresividad, envidia o frustración. Las personas que fomentan la gratitud tienden a actuar con mayor reflexión, ya que valoran más sus relaciones y su entorno.
- Identificando y poniendo en acción nuestras fortalezas personales. Conocer nuestras fortalezas nos ayuda a aumentar nuestra autoestima, que es fundamental para poder gestionar las respuestas impulsivas.
- Estableciendo metas significativas. Tener un propósito vital claro nos ayuda a resistir los impulsos que nos desvían de conseguir esos objetivos.
- Aumentando las emociones positivas. Las emociones positivas como la alegría, el interés, la serenidad o la esperanza tienen un efecto amortiguador sobre las emociones negativas. Barbara Fredrickson, referente de la psicología positiva, propone la teoría del “ampliar y construir”, según la cual las emociones positivas amplían nuestro repertorio de pensamiento y acción, y contribuyen a construir recursos personales. Una persona que vive en un estado emocional más positivo tiene mayor capacidad de contención ante los impulsos. No se trata de evitar emociones como la ira o la tristeza, sino de no dejarse arrastrar por ellas.
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