¿Es la envidia una enfermedad?

Mario Mario (Psicólog@)

22 julio, 2025

Todos en algún momento de nuestra vida hemos mirado con deseo y anhelo algo de lo que carecemos y el resto tiene. Es fácil encontrar ejemplos en nuestra vida donde nos hemos visto compararnos con los logros de otras personas, características físicas, éxito social etc., y en donde los resultados de la comparativa ha sido en nuestra contra. De una manera o de otra en algún momento de nuestra vida todos hemos experimentado esta sensación que conocemos como envidia pero ¿sabemos realmente lo que es y cómo se produce? En el siguiente artículo trataremos de definir en qué consiste la envidia, los distintos elementos que la componen así como las consecuencias de la misma y recomendaciones de cómo abordarla.

¿QUÉ ES LA ENVIDIA?

Lo primero que tenemos que entender es que la envidia es una emoción compleja caracterizada por la presencia de dolor y frustración como reacción a la ausencia de algo que quisiéramos o desearíamos tener y que otra persona sí posee. Este “algo” puede ser muy variado, tan variado como los deseos y aspiraciones que pueda tener cada uno. Generalmente el disparador de la envidia suele ser la no tenencia de algún bien material, logró o éxito, alguna cualidad o característica personal, ya sea física o psicológica, relacional etc. En resumen, que la persona que experimenta la envidia, anhela algo que el otro sí que tiene, con las diversas consecuencias emocionales y comportamentales que esto puede conllevar.

Atendiendo a esta definición podríamos considerar que se trata de una experiencia que consta de tres procesos. El primero de ellos es la percepción de que alguien ajeno a nosotros posee algo de lo que nosotros carecemos. En segundo lugar será necesario el deseo o anhelo de conseguir aquello que percibimos que el otro tiene y nosotros no. En tercer y último lugar es necesario que a estos dos pasos le suceda la aparición de una sensación de frustración o malestar como resultado de esta comparación.

¿POR QUÉ SENTIMOS ENVIDIA?

Mentiríamos si dijéramos que ninguno de nosotros hemos experimentado envidia en algún momento de nuestra vida. No es de extrañar, ya que muchos de estos procesos se suceden de una manera súbita y repentina y, en ocasiones, incontrolable. Si el resultado de esto es el inevitable dolor o malestar resulta acertado preguntarse ¿por qué las personas sentimos envidia?

Aunque resulta complicado establecer una causa única en la aparición de la envidia sabemos que hay distintos motivos que explicarían su presencia:

  • Razones evolutivas. La envidia ha podido resultar útil evolutivamente para la supervivencia y progreso de la especie. Gracias a ella nos ha podido permitir detectar las amenazas sociales existentes como el déficit de recursos necesarios para la supervivencia. También ha servido como elemento motivador de competición intraespecie en la búsqueda de mejores condiciones como la comida, la pareja o el poder. Así mismo ha permitido imitar a todas esas estrategias que garantizaban el éxito de los otros, facilitando la adaptación y la mejoría colectiva.
  • Razones culturales. Además de los rasgos biológicos evolutivamente seleccionados en la aparición de la envidia también influyen las variables culturales. El contexto puede influir significativamente en la frecuencia e intensidad de la envidia en las personas que conforman dicha sociedad. De esta manera en culturas donde se premie el éxito individual y la competencia entre individuos, en culturas donde los logros se exponen y presumen constantemente ante el resto o en culturas donde el valor personal se asocia a lo que se tiene o a lo que se logra podemos encontrar una prevalencia mayor de esta emoción. Si a todo lo anterior le añadimos además, el componente amplificador que pueden suponer las redes sociales a día de hoy, la intensidad de la comparación a la que los individuos estamos expuestos puede no tener fin.
  • Razones personales. Las diferencias individuales son necesarias también para explicar la aparición o no de la envidia, de lo contrario todos los individuos de una misma sociedad la experimentaríamos de la misma manera. Ya hemos visto que la comparación es un proceso fundamental para su aparición, por lo tanto, todos aquellos elementos que condicionen la representación que tenemos sobre nosotros mismos tendrán influencia en la aparición de esta emoción. Factores como la ausencia de satisfacción personal, el inconformismo con nuestra vida o nuestras decisiones, la hipervigilancia hacia lo que no tenemos, experiencias pasadas de falta de control e injusticia o, en definitiva, una baja autoestima pueden incrementar la frecuencia y consecuencia de la envidia en nuestras vidas.

¿ES LA ENVIDIA UNA ENFERMEDAD?

Con todo lo visto hasta el momento resulta obvio concluir que la envidia no se trata de una enfermedad. Hasta ahora sabemos que se trata de una reacción emocional caracterizada por una serie de procesos evolutivamente seleccionados y que puede verse aumentada o disminuida atendiendo a las condiciones sociales y personales concretas. 

Cómo ante cualquier otra reacción emocional ni podemos ni debemos patologizar su aparición. Se tratan de respuestas indisolubles a nuestra condición de seres humanos como lo son la alegría, el miedo, el asco etc. y que como cualquier otra cumple una función. En el caso concreto de la envidia actúa como alarma para identificar aquellas áreas de insatisfacción y puede ser un buen motor para el cambio.

Sin embargo, aunque no debemos patologizar la envidia sí que resulta especialmente importante aprender a gestionarla de una manera adaptativa pues, como ocurre también con el resto de emociones, una gestión inadecuada puede ser el origen de muchos otros problemas como veremos a continuación.

¿CUANDO SE CONVIERTE EN PROBLEMÁTICA?

La envidia se convierte en problemática cuando deja de cumplir su función evolutiva, deja de ser pasajera y momentánea y empieza a afectar negativamente al resto de áreas de tu vida. Cuando deteriora el bienestar emocional, la calidad de tus relaciones y tus comportamientos comienzan a verse condicionados y dirigidos cada vez más por esta emoción. Entre las distintas señales o evidencias de que esto pueda estar pasando cabe destacar.

  1. Cuando es frecuente y persistente. Si la emoción es experimentada con mucha regularidad y se mantiene excesivamente en el tiempo. Cuando se despierta ante comparaciones, a priori, irrelevantes. Cuando te impide alegrarte o disfrutar por el éxito o felicidad de los demás.
  2. Cuando la frustración y el malestar son duraderos. Si la sensación de injusticia y rabia se mantiene, si tu atención está dirigida exclusivamente hacia lo que el otro tiene y tú no. Cuando resulta complicado sostener y tolerar que no podemos tenerlo todo. Cuando incluso puedas llegar a desear de forma recurrente que al resto le vaya mal.
  3. Cuando paraliza. Cuando en lugar de movilizar y motivar se trata de una emoción que conlleva rumia, impotencia y regodearse en lo que no funciona o sirve. Si nos coloca en una posición de incapacidad ante la vida. Cuando la comparación se convierte en la eterna excusa para “justificar” nuestro malestar.
  4. Cuando afecta a la calidad de tus relaciones. Cuando te alejas de personas que muestran emociones positivas, cuando te resulta difícil estar en presencia y celebrar el bienestar ajeno. Cuando caes en un exceso de crítica o competición excesiva hacia la gente de tu alrededor.
  5. Cuando afecta a tu autoestima. Cuando tu valía la condicionas a la comparación con el resto, cuando tienes dificultades a la hora de valorar por sí mismas las áreas positivas de tu vida. Cuando el bienestar se convierte en “ganar” al otro. Cuando no llevas la atención hacia lo que sí que funciona.

Estas, entre muchas otras, serían de las señales de que la gestión de la envidia está siendo inadecuada.

¿CÓMO LA PSICOLOGÍA POSITIVA PUEDE AYUDARNOS?

Ante el gran malestar que puede generar la envidia si es gestionada de una manera inadecuada la psicología positiva se presenta como una de las herramientas más poderosas para llevar a cabo una adecuada gestión. Entre los principales motivos de su éxito hay que destacar el elemento fundacional de la psicología positiva; esta nos permite poner el foco desde el primer momento en lo que sí que funciona, en los recursos y vías que permiten a las personas experimentar respuestas emocionales positivas. La psicología positiva no busca “eliminar” emociones negativas sino la búsqueda y desarrollo de los recursos y fortalezas de las personas que nos permitan vivir con mayor bienestar.

¿Y de qué manera nos puede ayudar la psicología positiva? En cuanto a la gestión de la envidia puede hacerlo a través de las siguientes vías:

  • Desarrollando la gratitud. Nos enseña a valorar lo que sí tenemos en lugar de centrarnos en lo que nos falta. Sabemos que el entrenamiento diario en gratitud permite reducir significativamente la comparación social, una de los principales disparadores de la envidia
  • Desarrollando la autoestima. Poner el foco en lo que sí que funciona, en nuestros recursos, en nuestras áreas de dominio, en definitiva, en nuestras fortalezas permite el desarrollo de una autoestima sólida y duradera. Este tipo de autoestima no se construye desde la comparación con el otro sino que reivindica nuestras virtudes, haciéndonos menos vulnerables e hipervigilantes hacia lo que tienen o dejan de tener los demás.
  • Desarrolla la capacidad de admirar. Mirar al otro desde la inspiración y no desde la comparación provoca que las emociones consecuentes sean completamente distintas. Favorece la calidad de las relaciones y puede ser una fuente alternativa de emociones positivas; ampliando nuestro bienestar no sólo hacia nuestros éxitos sino también hacia los demás.

Reformula y redirige la comparación. Poner el foco en la comparación con nosotros mismos en lugar de con el resto nos permite tener una visión mucho más realista de nuestros pasos así como de los que están por dar. Esto también puede favorecer la idea de propósito personal en la búsqueda de nuestro propio camino y evolución sacando a los demás de la comparación.

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