experimento Milgram

El experimento de Milgram, máxima obediencia

Rebeca Gómez Rebeca Gómez (Psicólog@)

28 noviembre, 2023

Después de otros artículos en los que hemos acercado experimentos muy interesantes y curiosos como el de la  situación extraña de Mary Ainsworth, o el llamativo efecto Pigmalión, hoy de nuevo traemos al blog un experimento muy famoso en el que se explica y del que se puede extraer interesante información acerca del concepto de la obediencia a la autoridad, se trata del experimento de Milgram. 

¿Pensabas que es novedoso y moderno el argumento de la exitosa serie de Netflix “El Juego del Calamar”? Pues ya te adelanto yo que no tanto.

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Hace ya unos cuantos años, en la década de los 60, Stanley Milgram, psicólogo norteamericano de la Universidad de Yale llevó a cabo algo parecido a lo que detalla “El Juego del Calamar” en su famoso Experimento de Milgram

Fue un experimento súper conocido sobre el fenómeno de la obediencia a la autoridad en contra de los propios valores. 

Acerca de algo parecido, la conformidad con el grupo, ya dedicamos otro artículo del blog, el del experimento de la cárcel de Stanford y también hablamos con detalle de este mismo experimento de la cárcel en nuestro podcast #131 que aquí debajo te adjunto. 

¿No eres capaz de entender cómo es posible que tanta gente siguiera a Hitler en su inexplicable masacre, haciéndose cómplice de cientos de crímenes contra los judíos? 

Para entrar en materia te diré que las conclusiones del experimento de Milgram van por ahí y que fueron mucho más que sorprendentes. ¿No te lo crees? Sigue leyendo nuestro post. 

¿En qué consistió?

En el experimento que Milgram llevó a la práctica se puso a prueba a 40 participantes que reclutó a través de un anuncio en el que se solicitaban personas para un estudio acerca de la “memoria y aprendizaje” y se recalcaba en la convocatoria que solo por el hecho de acudir, recibirían una remuneración económica, independiente del resultado final. 

El día del experimento las personas se encontraban con 3 roles diferenciados: el investigador, el maestro y el alumno/a. Y a través de un “falso” sorteo, porque era “amañado”  a propósito, se iban repartiendo estos papeles, tocándole siempre a la persona voluntaria participante el papel o rol de maestro.  

Las personas que representaban el rol del alumno eran cómplices de Milgram y sabían muy bien qué hacer y cómo actuar a lo largo de todo el experimento. 

Después, una vez repartidos los papeles, se colocaba al maestro y al alumno/a en dos salas diferentes, pero contiguas y con la posibilidad de que se pudiera ver desde el lugar del maestro la posición del alumno (cómplice) a través de una mampara de cristal. 

A continuación, se interpretaba todo un guión en el que el investigador (vestido con su bata blanca) le colocaba al alumno/a un montón de cables y electrodos que se conectaban a una “supuesta” máquina con nada más y nada menos que 30 botones de descargas eléctricas. Evidentemente las descargas eran inexistentes, pero la máquina sí emitía un sonido al apretar los botones.  

Después se le explicaba la metodología del estudio al maestro, el voluntario debía apretar un botón que soltaba una descarga eléctrica a modo de castigo si el alumno no era capaz de resolver de manera satisfactoria una tarea de aprendizaje de pares de palabras. Con cada error la descarga eléctrica sería mayor, es decir,  la descarga sería 15 voltios más potente tras cada fallo o equivocación. Al alcanzar los 270 voltios, el actor aullaba de dolor y pedía el fin del experimento.

Para que la información en relación a la intensidad de las descargas fuera evidente y entendible, se elaboraron y se colocaron sobre la máquina y al lado de los botones correspondientes varias etiquetas llamativas en las que se leía: moderado, fuerte, peligro: descarga grave y XXX.

Y por si esto no fuera suficiente, para que el realismo fuera aún mayor, tras cada descarga los voluntarios podían escuchar un audio grabado de gritos y lamentos que impactaba mucho.

Si la persona voluntaria se negaba a apretar el botón o mostraba rechazo o reticencia, se le respondía con frases persuasivas y neutras del tipo “continúe por favor”, “siga por favor”, “el experimento necesita que usted siga”, “es absolutamente esencial que continúe”, “usted no tiene otra opción, debe continuar”. 

También se le explicaba al maestro que la persona responsable del estudio y de las posibles consecuencias físicas de los alumnos era siempre su figura y nunca sería  responsabilidad del investigador que se encontraba fuera de la sala. 

¿Qué pasó?

Ya te adelanto, cosas muy interesantes, a la par que curiosas.  

  • Lo primero era la respuesta física y emocional de las personas voluntarias al enfrentarse a la tarea solicitada: experimentaban y sentían angustia, tensión, malestar, sobre todo al escuchar los audios grabados de llantos y lamentos. 
  • Aún así lo más llamativo fue que el 65% de los participantes continuaron apretando el botón hasta llegar al final del experimento, el final llegaba con 3 “supuestas” descargas eléctricas seguidas, de 450 voltios cada una. Casi 7 de 10 personas llegaron al final. 
  • Y atención: ninguno de los participantes se negó a administrar las descargas eléctricas. ¡Ninguno!

Conclusiones y Aplicaciones Prácticas

  • Al obedecer a la autoridad, la conciencia propia deja de funcionar, haciendo que la persona se muestre y se comporte cual marioneta o muñeco de trapo acatando las órdenes de esa especie de “dueño”, independientemente de las consecuencias negativas que impliquen sus actos. 
  • La distancia física y la proximidad y la intimidad con la víctima influye, haciendo que seamos más obedientes cuanto menos intimidad y mayor distancia y contacto físico haya, y que seamos menos obedientes cuando la intimidad y el contacto físico es mayor. 
  • Algo parecido al punto anterior ocurre con la proximidad a la autoridad, a mayor proximidad con la autoridad, mayor obediencia y viceversa. 
  • Otra variable a tener en cuenta es el nivel académico, siendo menor la obediencia  cuanto mayor formación académica tenga la persona. 
  • No se conocen diferencias significativas en relación al género. Hombres y mujeres se comportan y obedecen de manera similar. 
  • La persona tratará de justificarse y de dar una explicación “entendible” por las acciones ejecutadas, pero no dejará de obedecer. 

Imagino que después de leer el artículo y si has visto la serie de Netflix que comentaba al inicio del post “El juego del calamar” ahora entenderás mucho mejor ciertas escenas sangrientas y violentas, en las que personas ordinarias (y con poco que perder y mucho que ganar) ante la orden de una figura de autoridad, son capaces de actuar con crueldad y de forma altamente violenta, sin reflexionar ni pensar apenas sobre las consecuencias. 

¿Cómo te has quedado?, ¿conocías este experimento?, ¿te llaman la atención sus consecuencias?

Si es así, te pica la curiosidad y te apetece como profesional aprender y formarte más para trabajar el fenómeno de la obediencia a la autoridad, la asertividad, la culpa, la empatía, aprender a decir que “no”  y establecer límites… etc. solicita información sobre nuestro Máster en Psicología Positiva Aplicada. No te arrepentirás. 

Fuentes de datos: 

  • Milgram, S. (1988). Obediencia a la autoridad. En J.R. Torregroso y E. Crespo (Comps.). Estudios básicos de la psicología social. (pp. 365-382). Barcelona: Hora.
  • Milgram, S. (2002). Obediencia a la autoridad. Editorial Desclee de brouwer.

Rebeca Gómez
Rebeca Gómez

Licenciada en Psicología. Máster en Psicología Positiva. Psicóloga del Equipo Técnico en Juzgado de Menores del Ministerio de Justicia. Psicóloga y Docente en el Instituto Europeo de Psicología Positiva.

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